Como antaño, ahora en
Semana Santa, los cines nos ofrecen películas bíblicas. Yo vi "Noé" la semana
pasada. Yo recomendaría a mis pacientes lectores que tomaran la Biblia y leyeran
los capítulos del Génesis (del seis al nueve), que cuentan la historia de Noé.
Es un texto compuesto de las dos tradiciones bíblicas, la yahvista y la
sacerdotal que narra con muchas repeticiones, la historia de Noé y la
pretensión de Dios de crear un mundo nuevo. Un Dios (en la película se le
llamará el Creador, para evitar identificaciones con el nombre sagrado de las
tres religiones del Libro) que por cierto aparece como humano, demasiado humano,
harto de su creación que le ha salido “rana”, con ganas de venganza por la
pifia que los hombres han hecho de su mundo creado con tanto mimo: un basurero
de maldad. Así que hay que destruirlo y crear un mundo nuevo. Pero Dios se
arrepiente, y promete no volver a enfadarse de esa manera. Al capítulo
siguiente, otra “faena" le harán los hombres: edificar la Torre de Babel.
Ya se encargará de “desfacer” el entuerto. Cómo se puede corregir, ahí dentro
muchos mitos, leyendas, símbolos e historias que se escribieron ya incluso en
otras civilizaciones: el relato del Gilgamesh mesopotámico.
Si me han hecho caso,
cuando se sienten a ver la película contemplarán una historia que en realidad
poco tiene que ver con el sentido profundo de la Biblia. Pero no hay que
espantarse ni cabrearse: la Biblia es la Biblia, y el cine es el cine: los
guionistas de Hollywood se encargan constantemente de recordárnoslo.
Y así ha sido siempre
con el llamado cine bíblico; las reglas del juego del cine industrial
norteamericano tiene lógicamente unos claros presupuestos: la comercialidad
servida como fin del espectáculo. Así, "Noé", la película que nos ocupa, está
trufada de pequeñas subtramas y personajes arquetípicos que nos introducen en
el mundo de los líos familiares, los rencores entre hermanos, los sentimientos
y atracciones erótico-sexuales, que
tienen que servir para ocupar en interés del espectador durante dos horas
largas de proyección, lo cual a veces se hace difícil, porque salvada la
novedad, todo lo demás parece ya bien visto y rutinario.
Y sin embargo la película en muchos momentos se salva, porque
llega a entretener pero cuando ésta intenta
alargar la tensión narrativa, pronto surgen las goteras. Y no basta, pese a
todo, la fuerza interpretativa de algunos actores. Convincente Anthony Hopkins
como Matusalén. Russell Crowe en el papel de Noé está verdaderamente resultón,
y considero que es una de sus mejores interpretaciones, en la situación hombre
tocado por el dedo del Creador para ejecutar una misión, contra su familia y contra todos, llamado a realizar una empresa
titánica que parece imposible.
Afirma Darren Aranofski
que en el fondo, lo quería hacer con este filme era una especie de parabola de
la situación en la que vive hoy el planeta tierra. Bien está saberlo porque en
el fondo la película, como todo el buen cine, al final ejecuta su función de
ser espejo de lo que ocurre en el mundo. También hoy la humanidad ha convertido
a la tierra no solamente en un basurero de maldad violencia y pecados, sino en
un basurero material degradando la naturaleza hasta límites insospechados. Ayer
mismo la prensa hablaba de que si no se daba pronto un cambio brusco en la
emisión de gases el mundo se iría a pique. ¿Qué tendrá que aparecer y suceder
para salvar a la humanidad de la destrucción total que el afán de consumismo,
la industria irresponsable y la economía sin control está destruyendo y
degradando la tierra. ¿La solución, mañana?
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