El domingo fue un día muy emocionante para el pueblo
cristiano y también para mí. La subida a los altares de los Papas Juan XXIII y
Juan Pablo II ha sido un verdadero acontecimiento dentro de la iglesia. Aparte
de gustos y preferencias, estos dos nuevos santos han sido dos colosos de la
Iglesia, de la fe cristiana, de la espiritualidad, de la vida general del siglo
XX. No son dos papas opuestos, como insinúa el Periódico “El País” en su parcial, mezquina y vil
crónica del evento. A este periódico sólo
le interesa atacar a la Iglesia , sea el que sea el motivo.
El
Papa Juan Pablo II tiene muchos y entusiastas
admiradores. Junto a su enorme y altísima, su gran influencia en la historia del
fin del siglo XX, es el preferido de algunos movimientos católicos eclesiales.
Me refiero a los cristianos que siguen el “Camino Neocatecumenal” (es decir,
popularmente "los Kikos"). Un movimiento de la Iglesia Católica que
tiene muchedumbre de seguidores, y que a pesar de las suspicacias de algunos y
las disensiones de otros, ha hecho mucho bien en muchos sectores de la Iglesia.
En Juan Pablo II han visto además del líder combativo frente al ateísmo o la
indiferencia religiosa, el propulsor de muchas causas morales. La familia, la
procreación, el divorcio, el aborto, la sexualidad estuvieron siempre en el punto
de mira discursivo de este Papa. En algunas cuestiones -las sociale- fue hombre
muy avanzado. En las cuestiones de moralidad, más bien conservador. Frenó y
pretendió cerrar algunas cuestiones y elucubraciones muy debatidas y polémicas
de la Iglesia: el celibato, el sacerdocio de la mujer…
El
otro grupo ya no tan numeroso pero si entusiasta del Papa polaco es el Opus
Dei. Él los apoyó abiertamente, y su simpatía se enlaza también con la
preocupación moral de su pontificado. En su pontificado se canonizó (con gran polémica
de fondo) a San Josemaría Escrivá de
Balaguer, su fundador.
De todos modos, pese a estas sombras, no hay que quitarle un ápice de mérito a este nuevo santo de gigantesca talla que es el Papa polaco.
De todos modos, pese a estas sombras, no hay que quitarle un ápice de mérito a este nuevo santo de gigantesca talla que es el Papa polaco.
San Juan Pablo II, ¡ora pro Nobis!
Otra
cosa es Juan XXIII. Seguramente muchísima de la gente que ayer llenaba toda la
plaza de San Pedro y la Via de la Reconciliazione, no sabía de verdad quien fue
el humilde Papa bueno procedente de una familia de campesinos de la llanura del
Po. Yo tenía unos veinte años cuando murió. Y viví en los últimos años del
seminario la gran renovación y revolución que él provocó en la Iglesia: el
Vaticano II. Sin la figura de Juan XXIII hoy no podría comprenderse ésta. Y
después vinieron sus actitudes de humildad, de sencillez, de paz, de tolerancia
y diálogo como nunca se habían visto en la iglesia. Así se ganó la simpatía de
ateos, incrédulos e incluso descreídos.
Naturalmente,
mis simpatías van hacia Juan XXIII a quien sentí siempre como un Papa muy
cercano. Yo he tenido la suerte de celebrar dos veces Misa en el altar donde
está sepultado el cuerpo de Juan XXIII. Hay que pedirlo en la sacristía del
Vaticano con bastante antelación, y celebrar la misa a primera hora de la mañana,
antes de que abran el templo de San Pedro basílica para que entren los
turistas.
San
Juan XXIII, ¡ora pro nobis!
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