En la hondura de un pozo la mujer se mira,
el agua que desparrama son sus lágrimas.
Sedientos los hombres allí acuden
y de la oscuridad de sus ojos ellos beben.
A su brocal asomados, la sed parece calmada.
El silencio y su réplica retumban temblorosos
como si fueran el grito de una tumba.
Siempre el agua que calma la sed puede
provocar que los sueños imposibles se realicen.
Como antaño en el desierto,
nos despierta el saludo del agua,
convertido en la frescura del aliento.
En su brocal habita la vida.
y la promesa cumplida
de la sed satisfecha,
y se adorna de musgos y líquenes.
El pozal rebosante, como un surtidor,
baña el cielo
infinito.
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