El domingo que viene, en todas las iglesias de España, nos van a cambiar la Misa. Los textos que el cura lee en el grueso libro del altar van a ser cambiados (algunos de ellos) en su traducción o en su formulación. El nuevo libro aún va a ser más grueso y pesado y seguramente la mayoría rutinaria no advertirá los cambios que en él se han introducido. De hecho, prácticamente son mínimos. Esta nueva edición, que es la tercera del llamado Misal Romano, hacía cierta falta. Bienvenida sea.
En la Plegaria Eucarística Segunda, la
leída con más frecuencia, al principio, el cura al invocar al Espíritu Santo
sobre el pan y el vino lo hace “para que
-decía antes- “sean” –ahora dice- “se conviertan” en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. ¿Es lo mismo “ser” que “convertirse
en”?
Pero la polémica de estas novedades es el cambio que se ha introducido en la
fórmula de la consagración del vino. Desde el Concilio Vaticano II se había dicho “Esta es mi sangre… que será
derramada por vosotros y por todos los hombres”. Ahora se dirá “por vosotros y
por muchos”. Nos han explicado que esto se hace por fidelidad al texto original,
pero lo que yo veo es que no está muy claro y eso que me he esforzado en
informarme muy bien.
Sea como fuese, desde fuera de la Iglesia
puede ser una tonta batalla de palabras.
Por fidelidad a la Iglesia, por unidad con ella, por obediencia a mi obispo yo
diré la misa según las nuevas órdenes. Pero hay unas cosas que me preocupan y
mucho. ¿Por qué cambiarlo si estaba bien? ¿Los sacerdotes mayores que decían
las palabras de la consagración con total fidelidad y meticulosidad, (algunos escrupulosos,
porque si no la consagración no valía, qué pensarán? ¿Va a hacer falta también
una nueva catequesis para la gente para explicar el cambio de palabras? ¿Es una
recomendación- “capricho” del último del
Papa anterior que fue tan revisionista litúrgicamente?
Pero hay otra cuestión general que me
preocupa mucho más. Aunque miremos para otro lado el cambio de “todos por muchos”
puede significar una exclusión más para aquellos que están lejos o fuera de la
Iglesia. Otra vez, (como ocurrió cuando se habló de la guarda de los cenizas de
los muertos) la Iglesia aparece como alguien que excluye. A mí me da la
sensación -no quiero creerlo- que de esto el Papa Francisco casi no se ha
enterado o no ha podido pararlo. ¡Las puertas de la Iglesia que deberían estar
abiertas de par en par, lentamente se van entornando más!
¡Me duele la iglesia!
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