Ayer fue mi cumpleaños. He cumplido, como quien dice, setenta
y dos “tacos”. No está mal y espero más. Nada me quita la sensación de que el
tiempo va pasando tan rápidamente, como la arena que de un puñado se escapa de
entre los dedos. Pero mirando atrás, uno no puede más que estar agradecido.
Como un buen vino, año tras año, he bebido unos buenos
tragos, aunque algunos -así es la vida- han sido bien amargos. No me puedo quejar.
Espero que en la botella de la vida, aun quede más.
Nací en 1945, y mi llegada al mundo comenzó con el inicio de
la primavera: no se pueden tener mejores augurios. Aunque soy algo inclinado
hacia la melancolía, en mi corazón siempre ha anidado la esperanza. Mi adhesión personal a Jesús de
Nazaret el Cristo, que me hace llegar hasta Dios, me ha ayudado a mirar el mañana con optimismo.
A Dios, pues, doy gracias.
He recibido a lo largo del día un montón de buenos deseos de
mis amigos, en llamadas telefónicas o notificados por WhatsApp o por Facebook.
Algunos de ellos habrán sido activados por el automatismo de las redes. Pero muchos
otros han sido fruto del cariño y aprecio que me tienen. Tengo la autoestima, gracias
a estos amigos, por las nubes, como cuando se paladea un buen vino.
Por eso, desde aquí y a todos mi agradecimiento. Que siempre
esté unido a vosotros, queridos amigos, que
nunca os falle. Gracias, gracias, gracias.
….
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