Al entrar en un templo sintoísta, un
occidental puede quedarse perplejo: siente el enorme peso de la tradición que
ha levantado monumentos abigarrados a dioses que uno no conoce e imágenes
sagradas cuya apariencia le parecen aborrecibles. Su aspecto terrible y temible
andan lejos de la dulzura amabilidad de las imágenes religiosas cristianas. Los
dragones, terribles y temibles para nosotros son para los orientales sus
ángeles benignos.
Pero no es cuestión de estética o de otras culturas o de historia o tradición,
sino de sensibilidad espiritual: ver a los creyentes orientales entrar en relación con sus dioses a través de
sus gestos y ritos para mi confusos y exóticos, también conmueve y te hace
entrar en empatía con ellos.
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