Estoy esta semana viendo "Les revenants" (Los que regresan”) con guión de Emmanuel
Carrère, una serie de televisión de gran éxito en Francia y que es clasificada
por los expertos de la televisión, como una de las últimas mejores series de la
historia de ésta. La segunda temporada se emitió el año pasado. Yo estoy viendo
dos capítulos en cada sesión porque si no, me pierdo en su argumento y eso que
éste es muy sencillo: en un pueblo alpino los muertos regresan a la vida, intentando
incorporarse a la normalidad que la muerte quebró. ¿Cómo reaccionan sus familiares
y amigos?
Los muertos o la incapacidad de adaptación a esta
vida de bienestar que hoy parece que los humanos tenemos. En algunos momentos
los vivos parecen más muertos que éstos. Esta sería una primera reflexión que me
surge, viendo esta serie francesa.
Lo mejor de
la serie es que no intenta nunca aclararnos el porqué los muertos vuelven a la
vida. Aparecen como personas normales; son zombis guapos y presentables, no se muestran
con maquillajes sanguinolentos ni
putrefactos, ni comen casquería ni pegan sustos. A veces se acude al tema de la resurrección de Cristo,
pero siempre aparece la gran aporía: la resurrección de Jesús no fue física, “no
pasó” (es decir, históricamente) sino “fue”. No habría aquí que referirse a la
resurrección de Jesús sino a la de Lázaro. En el fondo, si lo del Cristo
resucitado es un tema de fe religiosa, lo que ocurre también en esta serie es
cuestión de “fe imaginativa” del espectador.
Hay en la
serie algo terrible: que si estos “revenants” -muertos que vuelven a la vida- son
desdichados, también los que están vivos parecen aún más desgraciados: una
muestra más de la tremenda sensación de malestar de esta nuestra autosatisfecha civilización.
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