Uno de estos días se conmemora en la Iglesia a la
Virgen de la Paz, y en muchas partes del mundo se celebra la Semana de la Paz, coincidiendo
con el aniversario de la muerte de Gandhi.
La paz es uno de los dones más grandes que el hombre puede
tener. Indispensable para poder vivir
con felicidad, para andar el camino de la vida. Jesús llamó “dichosos a los que
trabajan por la paz”. Todos sabemos que la paz no se refiere sólo al estado no bélico
de una nación, la paz es algo que también pude faltar en nuestro corazón.
A muchos se nos llena la boca cuando hablamos de paz, porque
sólo estamos pensando que cesen la guerras en Siria, en Sudán del Sur o en la
República Centroafricana (antes, Congo). Pero hay otra paz que tiene que construirse
en nuestros alrededores domésticos, sociales o políticos: el crecimiento de las
tensiones pueden transformarse en
sutiles y solapadas guerras.
Porque la paz es frágil y débil y está sujeta a cualquier asechanza.
Eso pareció verse el domingo pasado, como una imagen metafórica de la realidad,
con lo que pasó con la paloma que el Papa Francisco en la plaza de san Pedro
lanzó al aire en un llamamiento en favor de la paz. Un rapaz buitre y una hambrienta
gaviota atacaron a la paloma. (No sé si
ésta escapó o no).
Hay que recordar con frecuencia a Gandhi, o a Luther King, a
la o al mismo Jesús de Nazaret que entregaron su vida por la verdadera paz.
¡Virgen de la Paz, ruega por nosotros!
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