Leyendo esta tarde la Exhortación del Papa Francisco “Evangeli Gaudium” me encuentro con
este párrafo que es una joya, precisamente en un día en que tengo dificultades en el trato con una
persona. Me recuerda que, como creyente cristiano, no
debo sólo tener tolerancia sino respirar amor.
“Cada persona humana
es digna de nuestra entrega. No por
su aspecto, sus capacidades… o
las satisfacciones que nos brinde, sino
porque es obra de Dios, criatura suya.
Él la creó a su imagen y refleja algo de
su gloria. Todo ser humano es reflejo de
la ternura infinita del Señor y Él mismo
habita en su vida… Más allá de toda
apariencia, cada uno es inmensamente
sagrado y merece
nuestro cariño y
nuestra entrega. Por eso,
si logro ayudar
a una sola persona a vivir mejor,
eso ya justifica la entrega de mi vida”
(núm. 274).
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