viernes, 24 de enero de 2014

El cardenal y los homosexuales



Hoy no voy a hablar de Iglesia con mayúsculas sino de iglesia con minúsculas. De esa iglesia que a mí no me va pero con la que, mal que me pese, tengo que convivir, porque por más que uno no quiera, en ella debemos caber todos: progres y carcas, modernos y antiguos, tradicionalistas y avanzados. Esa iglesia que muchas veces suele salir en los papeles y cuyas torpes actuaciones ayudan a ciertos periodistas a conseguir que lo que sea minúsculo se convierta en una montaña.

Aunque no sé si las declaraciones  del nuevo y flamante cardenal sobre la homosexualidad se merecen tanto espacio como los medios les han adjudicado. Desafortunadas e inoportunas, sorprenden cuando el recién purpurado debía haberse estrenado hablando de otro orden de cosas, aunque sospecho - no he leído todo el texto- que estas frases sobre la homosexualidad no serían con mucho lo principal de su discurso en la entrevista.

A estas alturas algunos jerarcas eclesiásticos deberían medir con cuidado –y con misericordia también,  como dice el Papa Francisco- las palabras que dicen y revisar a la luz de la biología, psicología y otras ciencias humanas ciertos planteamientos. Y estar mejor informados. ¿Quién se cree a estas alturas que la homosexualidad es una enfermedad?  Pienso que hubo un tiempo en que la misma Iglesia discutía sí los indios tenían o no alma (por supuesto, los negros, no). Hoy día nos parecen bárbaros y absurdos esos asertos...

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