Casi desde siempre, se ha hablado de la crisis del cine sobre todo cuando apareció la competencia de la televisión. Y éste ha intentado superar sus crisis buscando alicientes quée la llamada “caja tonta” no podía ofrecer: el color, la pantalla grande (cinemascope) el cine en tres dimensiones, butacas en movimiento etc. No sé si ahora sufriendo este grave marasmo general que ha producido en el mundo la pandemia del coronavirus el cine podrá superar tal crisis. El maldito virus ha provocado que se cierren todas las salas (¿alguien puede vaticinar cuando se volverán abrir?).
Ahora mismo se consume más que nunca y en dosis desorbitadas, cine por televisión. Películas y más películas de toda clase de piel y pelaje, prácticamente se exhiben “en sesión continua” en los canales públicos y privados de televisión y en las plataformas digitales. La saturación de los espectadores se suele transformar al final en una banalización y frivolización de la imagen cinematográfica. Ésta queda totalmente adulterada: la sala de estar de nuestra casa iluminada con gente que entra y sale (a “visitar la nevera”, a acudir al servicio, a atender el teléfono) ha corrompido la experiencia primera -para mí, “sagrada”- del espectáculo del cine. Si ya los malos hábitos se trasladaban a las salas, ahora, va a ser difícil retornar a aquellos hábitos que sobre todo los espectadores más mayores poseíamos. Espero que cuando venga la normalidad, el cine, el buen cine, retome su ímpetu creativo e ilusione de nuevo a sus espectadores.
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