No amanezcas más, día.
Detente y párate aquí,
en esta aurora enrojecida
que luego se vuelve rosa.
Quédate así,
con tu desnuda luz blanca
y con el rocío que palpita
en la brizna de las hierbas,
y el temblor de sus lágrimas.
Que no despierten los pájaros
en el estrépito de la luz,
y, quietos y enmudecidos,
permanezcan en las ramas.
Deja que gima la hierba
porque se desvanece el rocío.
No llegues a la hora meridiana
ni al lubricán melancólico
que para mí ya es suficiente.
No amanezcas más, día.
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